En pleno siglo XXI, la percepción popular de los artistas sigue pareciéndose demasiado a la que existía en el romanticismo; los imaginamos como seres sensibles que en arrebatos de inspiración son capaces de revelar las verdades del mundo.
Pero el arte ha cambiado mucho, y con él sus métodos y objetivos. Hoy los artistas son sobre todo, investigadores: se dedican a observar un problema determinado y proponer soluciones y formas de interpretarlo que sean inéditas y sorprendentes.
¿Qué pasaría si le pides a uno de estos investigadores que le eche un vistazo a los problemas que preocupan a otros, como técnicos, ingenieros o empresarios? Qué se les ocurriría? Este es el punto de partida de Disonancias, un programa con base en el País Vasco que pone en contacto a artistas y a empresas de todos los sectores, para que colaboren en el desarrollo conjunto de un proyecto.
La edición 2008-2009, que acaba de arrancar, ha emparejado a un colectivo de activistas copyleft con una Escuela Politécnica, y a un artista visual con una compañía de seguros. Además, un diseñador de objetos experimental trabajará con unos fabricantes de alambre, entre otras alianzas. El éxito o fracaso del viaje dependerá en buena medida del grado de implicación y entendimento que surja entre ambas partes, pero también de la tensión creativa, de los "cortocircuitos" que puedan aparecer al unir a personas que miran hacía el mismo lugar con distintos ojos.
Innovación Abierta y Diversidad IntelectualDisonancias surge en buena medida del profundo interés que en los últimos años se vive en el mundo de los negocios por el concepto de innovación, que resalta la importancia que tienen los procesos creativos para el éxito de una empresa. Implicar a expertos en creatividad como videoartistas o arquitectos para fomentar la innovación puede parecer una buena idea, pero requiere también que los empresarios ajusten sus expectativas y comprendan qué es exactamente lo que hace un artista. No se trata de que redecoren la entrada de la oficina, ni de que opinen sobre el envoltorio de sus productos.
La verdadera contribución del programa parte de una premisa: personas con trasfondos distintos y metodologías diferentes encontrarán soluciones y posibilidades que otros no pueden ver en los mismos problemas.
Frente al modelo tradicional de innovación, que tiene lugar tras las puertas cerradas del laboratorio o el departamento de I+D de la empresa, Disonancias apuesta por la idea de Innovación Abierta y colaborativa. Si se introducen en una investigaciónpuntos de vista complementarios y que proceden del exterior, el proceso creativo puede salir disparado en direcciones imprevistas que a nadie se le hubieran ocurrido inicialmente.
Haz lo mismo, solo que diferente.Para Arantxa Mendiharat, coordinadora del programa, los proyectos más exitosos de Disonancias son aquellos en que el artista consigue introducir metodologías nuevas en la empresa, formas diferentes de hacer las cosas. Es lo que sucedió en la colaboración entre la corporación tecnológica vasca Tecnalia y la artista polaca Ania Bas. Ania enseñó a los empleados de Tecnalia a pensar de otra manera organizando talleres y viajes de exploración, utilizando un blog como medio de colaboración, y promoviendo acciones en las que se compartían ideas dibujando en los manteles de papel del comedor, o se invitaba a hijos de los empleados en calidad de "expertos en imaginación".
En otros casos, la función del artista es abrirle las puertas al empresario a un mundo que desconoce y que le hace comprender que el potencial de sus productos va mucho más allá de lo que había imaginado. El arquitecto y activista sevillano Santiago Cirugeda colaboró con Lanik, una empresa que hasta entonces se dedicaba a fabricar estructuras modulares para grandes construcciones fijas, como cubiertas de estadios o plazas de toros. Cirugeda, conocido por sus proyectos de arquitectura efímera de fuerte tono social, les mostró cómo su tecnología podía utilizarse también para producir de manera rápida y barata viviendas "nómadas" que pueden cambiarse de lugar y ser autoconstruidas por sus propios usuarios.
Disonancias no es por supuesto una receta mágica: las colaboraciones naufragan cuando las empresas no conceden tiempo y recursos humanos a los procesos de innovación, y ningún artista puede poner a investigar a la otra parte si nunca han tenido tradición de hacerlo. La misma existencia del programa es, en cierta manera, una evidencia de la falta de una cultura de la innovación en el tejido empresarial español. En otros países, esta clase de colaboraciones surgen de manera espontánea; algunos de los mejores artistas digitales, por ejemplo, trabajan o han trabajado para Yahoo, Google o IBM.
Quizás por esto, lo más importante de Disonancias no sean los resultados concretos que puedan nacer de cualquiera de los encuentros, sino hacer comprender que para tener ideas nuevas, es necesario pensar de maneras diferentes.